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Vaginismo y Dispareunia: Aceptando el dolor

María Plaza Carrasco

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¿Es necesario que mi cerebro me proteja?

Después de lo aprendido en el anterior post, esta pregunta puede generar una pequeña duda…

Vale que mi cerebro me quiera proteger pero, ¿es necesario ‘’sufrir’’ o experimentar una sensación tan desagradable para garantizar mi supervivencia o mi integridad física? ¿por qué no me avisa de que algo va mal con un suave y agradable cosquilleo en la zona?

La pregunta es otra ¿quién cambiaría algo por notar una agradable caricia? Probablemente nadie.

Y es que necesitamos que la señal que nos envía el cerebro para apartar el dedo de la olla o quitarnos esa piedrecita en el zapato que está rascándonos el talón sea desagradable, intensa e incómoda. Si no es así ¿quién dejaría de andar para pararse a quitarse el zapato?

Claramente es necesario que nuestro cerebro nos proteja y el mejor ejemplo para entenderlo es saber qué pasa cuando no lo hace.

¿Sabías que existe una enfermedad categorizada como rara donde quién la sufre no tiene la capacidad de experimentar dolor?

Como lo oyes, no conocen el dolor. ¿Cuántas veces has deseado ese ‘’superpoder’’? 

Sin embargo, esta enfermedad genética que se manifiesta desde la más tierna infancia pone en gran peligro a la persona que la padece. 

Te quemas y no apartas la mano, te muerdes y no dejas de hacerlo, tienes una infección y no le prestas atención porque no hay nada que indique que eso es un problema y debes protegerte. 

No obstante no tenemos que irnos tan lejos para entenderlo. ¿Qué pasa con la gente que tiene una lesión medular? ¿Qué pasa cuando no sientes las piernas?

Este Abril de 2021 estuve en Zimbabue en un viaje de voluntaria con un grupo de gente maravillosa. Dentro del grupo había una amiga con lesión medular. Sin duda esto no le frenaba para nada, pero el hecho de no sentir las piernas sí que terminó suponiendo un problema. 

Un día descansando en la piscina estaba apoyada en el borde y al no sentir el roce con la pared rugosa se lijó literalmente las rodillas. Una combinación del agua al no salir de la piscina en un rato, lo grande que se hicieron las heridas por no percatarse de que la pared estaba arañando su piel, y las condiciones en África no tan favorables como en casa, provocó una infección grande y un problema mucho más serio de lo que en un principio podría haber sido una pequeña raspadura de la que te percatas y te apartas.

Este es el resultado cuando nuestro centro de mando no nos protege, mandando la sensación de dolor y modificando nuestras acciones para dejar de rozarnos con la pared. 

¿Ha cambiado tu idea sobre el dolor ahora? a mi estas experiencias me enseñan a tenerle hasta ‘’cariño’’.

Pero no olvidemos que sólo es útil bajo una buena gestión de nuestro cerebro educado. Un cerebro que sabe leer las señales, que no sobreprotege y que juzga de forma adecuada el contexto y todo lo aprendido para tomar la decisión correcta cuando realmente estamos en riesgo.

Y aquí viene la segunda pregunta… ¿cómo puedo yo reeducar a mi cerebro? Vamos a por ello en el siguiente post en el que vamos a enfrentar el dolor.

María Plaza Carrasco

Fisioterapeuta, Profesora de Pilates y Yoga. Enamorada y estudiosa del movimiento del cuerpo y de su capacidad para comunicarnos con el mundo. Comprometida con lo que me importa, intensa, cabezona y entusiasta. En ocasiones soy demasiado optimista con mi tiempo pero siempre preparada para disfrutar de cada minuto.

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