¿Qué es el dolor?
El dolor no es una consecuencia directa ni proporcional a una lesión de algún tejido de nuestro cuerpo y tengo una forma sencilla de demostrarlo:
Imagina que estás alegremente corriendo por el campo… relajada… tranquila… y de repente, pisas un clavo muy afilado con tu pie derecho, el clavo atraviesa tu pie… ¿Creés que te dolería el pie?
Ahora imagina que estás corriendo por ese mismo campo… sin embargo, tienes detrás de ti un león que pretende comerte nada más te despistes, pisas el mismo clavo con el mismo pie…. ¿Piensas que ese clavo impediría que siguieras corriendo para no ser comido por el león? ¿Crees que te dolerá el pie?
Seguramente, a pesar de que en ambas situaciones el daño o la lesión producida en el tejido es la misma (un clavo atravesando tu pie derecho), el dolor que experimentas no será igual. Y es que son muchas cosas las que afectan a cómo experimentamos el dolor: las circunstancias, nuestro estado de ánimo, el contexto…
Con el dolor asociado a las relaciones sexuales, ya sea dispareunia o vaginismo, pasa lo mismo.
¿A qué se debe esto?
Se debe a que el dolor no es una respuesta del tejido dañado, no es una señal que marca si me he clavado un clavo, el dolor es la respuesta que da el cerebro a determinadas situaciones con el fin de protegernos.
Nuestro centro de mandos (el cerebro) recibe la información de que el pie derecho ha sido atravesado por un clavo, analiza este dato junto con el resto de información recibida (hace sol, el suelo está blandito, me persigue un león…) lo contrasta con información que ya tiene (si el clavo está oxidado puedo coger tétanos, los leones son peligrosos… ) y en base a todo esto y alguna cosa más, decide si es mejor dejar que sigas corriendo sin ningún tipo de dolor para salvarte de las fauces del león, o tirarte al suelo y dejar de moverte por si el clavo hace un destrozo mayor.
Y ¿cómo consigue el cerebro modificar nuestra conducta? gracias al dolor.
El dolor es una respuesta que da el cerebro con el fin de protegernos y garantizar nuestra supervivencia. Si yo cuando me quemo con la olla no me duele, no apartaría la mano y acabaría churruscándome y probablemente con un problema grande.
Hasta aquí todo maravilloso, ya que ese dolor es nuestro amigo, nos protege y nos cuida. ¿Dónde está el problema? El problema nace cuando el centro de mandos no lee bien las señales.
Imagina que tu cerebro ha aprendido que el agua quema porque una vez se quemó con agua muy caliente,o porque alguien se lo ha dicho. Genera una creencia muy firme de que el agua quema y que debe protegerte del agua a cualquier precio.
En el momento en el que valores la opción de bañarte en la piscina, nada más metas el dedo gordo del pie, el cerebro va a relacionar esa sensación con algo peligro y va a protegerte, ¿cómo? haciendo de esa experiencia una experiencia dolorosa para así evitar que tú te bañes en la piscina.
¿Es realmente peligroso el contacto con el agua? probablemente en este caso no, pero el cerebro no sabe la verdad absoluta (¿y quién sí?), el cerebro sólo conoce lo que ha ido aprendiendo a lo largo de su vida en base a sus experiencias y las enseñanzas que haya recibido.
¿Puede un cerebro ‘’maleducado’’ sobreprotegernos generando dolor en situaciones donde realmente no existe riesgo? PUEDE
Y sobre esto vamos a aprender un poquito más.
Pero antes de nada, si tienes un dolor que no acabas de entender pregúntate… ¿de qué me quiere proteger mi cerebro? ¿Está quizá mi cerebro sobreprotegiéndome?
Seguimos avanzando en el vaginismo y la dispareunia en el siguiente post: Aceptando el dolor.
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